En 1787, cuatro años después de la Guerra de la Independencia Americana, Estados Unidos era un país lleno de posibilidades, y en ninguna ciudad se sentía más esta emoción que en Filadelfia. Delegados como Alexander Hamilton y James Madison se reunían en el Salón de la Independencia para dar forma al proyecto de lo que después sería la Constitución de los Estados Unidos; al mismo tiempo, a doscientos metros de allí, en la casa de Benjamin Franklin, otro grupo de dirigentes cívicos se reunía para debatir una cuestión no menos importante: la reforma penitenciaria.
Es que justo detrás del Salón de la Independencia se encontraba la cárcel de la calle Walnut, lóbrega, terrible, hombres y mujeres, niños y adultos, ladrones y asesinos en amarga convivencia, víctimas de la enfermedad y a merced de más violencia y corrupción.
No es raro que la idea de la reforma del sistema penitenciario haya nacido en Pennsylvania, pues este estado se caracterizó por sus valores y por mucho tiempo fue el único en el que no se aplicaba la pena de muerte.
En 1787 Benjamim Franklin y el Dr. Rush que más adelante sería considerado el padre de la psiquiatría norteamericana, luego de estar en Francia y conocer el sistema carcelario de otros países, proclamaron la necesidad de la reforma penitenciaría no solamente en Walnut Street sino en todo el mundo.
Allí se vio la necesidad de crear un nuevo penal, que finalmente fue conocido como Eastern State Penitentiary, cuya construcción comenzó en Filadelfia en 1822, en un jardín de cerezos y bajo la dirección del arquitecto John Havilland quien había diseñado un edificio de estilo neogótico y techos abovedados.
Tenía todos los adelantos técnicos para la época, como calefacción central, baños y duchas, y se basaba en un sistema de confinamiento donde cada preso estaba absolutamente solo en su celda. La cárcel se hizo famosa y los principales políticos e intelectuales de la época viajaron para conocerla, como Alex de Tocqueville o Charles Dickens, y más adelante albergó delincuentes de renombre como el propio Al Capone.
Con el correr del tiempo se hizo necesario construir más celdas, debido al rápido crecimiento de la población, inclusive subterráneas, sin ventanas ni luz, y el edificio comenzó a deteriorarse aceleradamente hasta que fue clausurado por el Estado de Pennsylvania en 1971: había cumplido sus funciones durante ciento cuarenta y dos años. Ya en 1965 había sido declarado Monumento Histórico Nacional y desde 1994 es una de las visitas turísticas más populares de la región.
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